Gárgolas insomnes

Agosto 30 de 2009

México: el paraíso de la impunidad

(Primera parte)

Hay fechas idóneas para la memoria colectiva y hoy, 30 de agosto de 2009, es una de ellas; en el Día Internacional de los Desaparecidos no falta información para revisar el caso de México, único país de América Latina en donde nadie ha sido juzgado y condenado por genocidio y desaparición forzada de personas, crímenes que atentan contra la humanidad y abundan en nuestra historia reciente. La Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos en México (Afadem) cuenta con los nombres y apellidos de mil 225 personas desaparecidas, 642 de las cuales son del estado de Guerrero y unas 450 del municipio de Atoyac, cuna del pequeño ejército guerrillero de Lucio Cabañas Barrientos que tuvo en jaque al ejército federal mexicano durante años. En El Quemado, una comunidad de ese municipio, fueron secuestrados y asesinados o desaparecidos sin excepción todos los hombres en un operativo militar. Guerrero, uno de los estados más pobres del país, junto con Oaxaca y Chiapas, ha sido también tierra de cultivo de movimientos armados desde los años sesenta hasta hoy. Durante casi tres décadas, sin embargo, el Estado mexicano simplemente negó la existencia de estos movimientos y, por consiguiente, de la desaparición forzada de personas como un método recurrente para combatirlos; hasta hace unos años, esta práctica ni siquiera estaba tipificada como delito.

El "gobierno" mexicano signó la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas hasta 2001, siete años después de que fuera adoptada por la Organización de Estados Americanos y casi cinco de que entrara en vigor, y la ratificó en 2002 con reservas por demás ignominiosas. Una es "reserva expresa al Artículo IX (de la Convención), toda vez que la Constitución Política reconoce el fuero de guerra, cuando el militar haya cometido algún ilícito encontrándose en servicio". Otra, con "fundamento" en el artículo 14 de la Constitución Política, dice que "las disposiciones de dicha Convención se aplicarán a los hechos que constituyan desaparición forzada de personas, (cuando) se ordenen, ejecuten o cometan con posteridad a la entrada en vigor de la presente Convención". En otras palabras, aunque se trata de un crimen de lesa humanidad y, por lo tanto, no prescribe, la aplicación en México de esta Convención no es retroactiva, así que las desapariciones forzadas de personas desde antes de 1996 -año de la entrada en vigor de la Convención- seguirán impunes, porque además los soldados en activo gozan de inmunidad a las leyes civiles y, en los hechos, se rigen por la arbitrariedad o la ley de la selva, lo que supone absoluta libertad para violar masivamente los derechos humanos, o sea, impunidad campante. Para garantizarla está la "justicia" militar, que juzga (desde luego, a su conveniencia) los delitos perpetrados por efectivos del ejército federal y, también en los hechos, resulta una cínica protección y una descarada complicidad, así como una burla para la sociedad civil cuando es vulnerada. ¡Ah! Y, por si eso no bastara, la impunidad a nivel de sistema social, régimen político y aparato judicial, cuenta con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y la Procuraduría General de la República (PGR) para obstruir y, de ser posible, anular todo proceso legal dentro de nuestras fronteras en contra de la barbarie represiva del autoritarismo gubernamental, pretérito y actual. Como premio al buen desempeño en su papel de vil alcahuete, el titular de la CNDH pasará de allí a ser titular de la PGR para dar continuidad a la simulación y, finalmente, al imperio de la impunidad. En teoría, la CNDH sirve para proteger a la sociedad civil de los abusos que puedan cometer el ejército federal y la policía, principalmente, pero en la práctica es más bien al revés.

La mayoría de las desapariciones forzadas en México, si contamos aparte a las más de 600 que se suman a unos 450 asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, y otras ciudades en donde tiene lugar el mismo síndrome, forma parte de un oscuro capítulo de nuestra historia reciente llamado «guerra sucia» (como si hubiera guerras limpias) que, para decirlo pronto, es la eliminación física de los movimientos armados al margen del Estado mexicano por el propio Estado mexicano al margen de la ley, aunque implique también la eliminación física de gente inocente. Huelga decir que este método represivo, esta operación sistemática, por ser un crimen de lesa humanidad, no prescribe y además es permanente, deja de cometerse hasta que l@s desaparecid@s reaparecen, vivos o muertos. De ahí la frase: «Los desaparecidos nos faltan a todos, todo el tiempo». Y la consigna: «Vivos los llevaron, vivos los queremos».

Las similitudes entre la guerra irregular de contrainsurgencia en México y las que han tenido lugar en Centroamérica y el Cono Sur son tan grandes como sus características disímiles. Se trata, en todos los casos, de terrorismo de Estado, con la salvedad de que el mexicano se mantuvo en relativo secreto, a diferencia de las dictaduras militares de América Latina y los gobiernos "civiles" de América Central (igual de incivilizados) que lo ejercieron franca y abiertamente, coordinad@s en general con la Operación Cóndor por la CIA y el Pentágono, al menos durante los años setenta. En México fue creada la falsa imagen de la estabilidad política interna y los brazos abiertos a perseguidos políticos de otros países, mientras una guerra de aniquilamiento soterrado era desplegada en dos grandes frentes: el campo y la ciudad, por el ejército federal y la policía política, respectivamente. Aunque las tácticas y estrategias de contrainsurgencia reproducen en todo el hemisferio los mismos esquemas, otra gran diferencia es que los represores mexicanos, instruidos también por la CIA y el Pentágono, gozaron de autonomía con respecto al gobierno supranacional de Washington. La «guerra sucia» no tiene un inicio cronológico preciso, pero sus preparativos, previsiones y prevenciones contra posibles gestaciones "subversivas", así fueran embrionarias, pacíficas o violentas, comenzaron bajo el mandato de Adolfo López Mateos entre 1958 y 1964, cuando el entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, trabajaba en estrecha colaboración con la estación de la CIA en México; un dato curioso es que Díaz Ordaz no estaba del todo al servicio de la CIA, sino más bien por el contrario. "La CIA preparaba diariamente un resumen de inteligencia para Díaz Ordaz con una sección de actividades de las organizaciones revolucionarias y las misiones diplomáticas comunistas" [1].

Será durante el sexenio presidencial del hombre más cercano a la CIA en México, y quizás el más brutal, cuando la «guerra sucia» se desate con toda la suciedad que efectivamente acarrea y, así como no tiene un inicio cronológico preciso, tampoco tiene un final. El "gobierno" reconoce públicamente la existencia de movimientos armados hasta que lo obliga el levantamiento zapatista en enero de 1994, cuando el EZLN tiene diez años de existir y lo han fundado sobrevivientes de una organización guerrillera supuestamente aniquilada con la «guerra sucia», llamada Fuerzas de Liberación Nacional. Siete años más tarde, la CNDH hace mención oficial de los desaparecidos políticos por primera vez en su informe de 2001, año en que México suscribe la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas. El "gobierno del cambio" de piel crea entonces una Fiscalía Especial para que simule investigaciones de los crímenes de Estado cometidos supuestamente en el "pasado"; concluida esta gran farsa poco tiempo después, los peores criminales del país, autores de genocidio y desaparición forzada, así como de secuestro, tortura y demás, permanecen impunes; unos mueren tranquilamente; otros son exonerados por la "justicia" civil o militar (para el caso, la misma basura) y viven en un cómodo retiro espiritual rodeados de asistentes, por supuesto, con cargo al erario público; los demás siguen activos como asesores de la mafia que usurpa el poder supremo en México. La impunidad es expresión del poder que no ha tenido nunca ninguna ruptura, ni la más mínima, ni con la «reforma política» ni con la alternancia en el gobierno. En consecuencia, tampoco ha habido ruptura alguna con ningún "pasado", que sigue tan presente como antes en el país de aquí no pasa nada. Si acaso ha cambiado algo es que la violencia organizada del Estado perdió su autonomía operativa con respecto a las directrices de Washington; ahora la doctrina de seguridad nacional en México se pliega pasivamente a las órdenes del Pentágono; las fuerzas armadas institucionales de este país participan en maniobras militares conjuntas del Comando Norte y se incorporan, disciplinadas y obedientes como son, al Comando Sur, hecho que, una vez consumado, tuvo la aprobación abyecta del Senado de la República y dejó en el pasado, eso sí, la tradición pacífica de México en el contexto internacional. A muy pocos, por lo visto, nos importa esta gran pérdida.

Mientras el poder judicial, que ha demostrado estar al servicio del dinero, así provenga del crimen organizado, absuelve a los autores materiales de la masacre de Acteal, el poder legislativo "legaliza" la militarización anticonstitucional de la seguridad pública, legitimada por el crimen organizado, cuyo poder fáctico detrás del poder formal se consolida con el poder ejecutivo usurpado. En el Día Internacional de los Desaparecidos y en las nóminas correspondientes a México, la justicia y la dignidad son dadas irrevocablemente de baja por falta consecutiva. Aunque los desaparecidos nos faltan a todos, todo el tiempo, en México nos duelen a unos cuantos.

1. Jorge Luis Sierra Guzmán. El enemigo interno: contrainsurgencia y fuerzas armadas en México. Plaza y Valdés Editores.

[] Iván Rincón on:off

Agosto 21 de 2009

Vastuario militar. Foto: Raúl Ortega

Infarto al tiempo

De las caras de trapo al zapatismo sin paliacate ni pasamontañas

Corazón del tiempo (2008), dirigida por Alberto Cortés, escrita por Hermann Bellinghausen y el mismo Cortés, es una película inclasificable dentro de algún género específico. Aunque sus protagonistas son indígenas tzeltales de la Selva Lacandona que encarnan su propia vida, personal y comunitaria, no es un documental; en todo caso es ficción, pero fielmente apegada a la realidad, más que inspirada en ella. Esperanza de San Pedro, nombre de la comunidad zapatista en donde tiene lugar la trama, es ficticio, más no la comunidad anfitriona, San José del Río, en la cañada de Guadalupe Tepeyac, a donde llegó la luz eléctrica por vía solidaria del sindicato nacional electricista en 1996; este milagro tecnológico / social, entre otros factores, crea el contexto de una conflictiva historia de amor, a su vez representativa de la relación entre los tres niveles de participación en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), a saber: insurgentes, milicianos y bases de apoyo.

La problema es que sigue siendo el costumbre que los padres cambien a sus hijas en edad casadera por una vaca y algo más, para decirlo en pocas palabras, y Sonia, que es una bella muchacha, aunque menos joven de lo que suelen ser cuando sus papás las apalabran con los del futuro esposo, resulta doblemente rebelde, pues decide romper con esta regla y las del EZLN, que prohíbe a los hombres insurgentes enamorar mujeres de las bases de apoyo, a menos que ellas estén dispuestas a dejar la comunidad para irse con ellos a la montaña. No obstante el conflicto, la historia es bastante simple y predecible; si algo tiene de sorprendente es que no hay ni la más mínima sorpresa.

Por supuesto, no es la primera vez que los personajes reproducen en el cine su papel en la vida real. Lo consiguió Luis Buñuel con asombroso tino en su momento al dirigir mendigos de verdad (Viridiana, 1961) y, recientemente, Bahman Ghobadi logró un milagro todavía más grande al dirigir un ejército de niños desenterradores de minas antipersonales en la realidad iraquí (Las tortugas pueden volar, 2004). Es la primera vez, en cambio, que la vida cotidiana de una comunidad zapatista es mostrada tal cual a través del cine de ficción, no documental, vaya. Existen experiencias previas de guiones que no han sido llevados a la pantalla, inspirados sin excepción en el Subcomandante Marcos. Afortunadamente, este no es el caso. Alberto Cortés, sin embargo, se queda muy lejos del éxito logrado por sus predecesores al hacer que sean personajes reales quienes representen su propio papel, en vez de actores profesionales. En Corazón del tiempo, título que alude metafóricamente al caracol, que es a su vez una metáfora múltiple, los protagonistas no son actores, insisto, pero tampoco son no-actores, sino anti-actores, y uno es más bien tolerante por simpatía con el EZLN, que hace del binomio rebeldía y dignidad algo real, más que imaginario y posible. "Otro mundo es posible", dice, y lo demuestra con hechos y resultados tangibles: la autonomía, el autogobierno y la autogestión en los municipios autónomos y sus caracoles, así llamados por el símbolo cosmogónico de la escalera en espiral que sube y baja del cielo a la tierra y contiene el eco del mar, ser viviente que lleva su casa y todo cuanto tiene a donde quiera que vaya. Los caracoles son sedes terrenales de las llamadas Juntas de Buen Gobierno, en este caso Hacia la Esperanza, cuyo nombre tampoco es gratuito y tiene un significado obvio. Al saber que una desgracia de país como el nuestro es también territorio de luchas y "chingas" que siembran esperanzas y utopías posibles para cosechar aquí mismo un mundo muy otro, el público tolera con simpatía la debilidad histriónica, la desangelada locución, planos o planicies actorales y hasta el contraefecto de la autocaricaturización involuntaria, valga la rebuscada expresión. Tan autogestivos son los zapatistas de las comunidades indígenas en resistencia y rebeldía (para distinguirlos de los "zapatistas" citadinos de ocasión) que, además de reproducir su propia vida, ellos mismos producen esta película; Alberto Cortés nomás los dirige, pero siempre mediante el acuerdo y después de convivir con ellos durante cinco años.

Un fenómeno interesantísimo, inexplorado aún, es que los zapatistas han hecho abortar la gestación de bandas paramilitares en la Selva Lacandona, y esta película transmite una idea contraria, quizá porque la gente en México suele estar tan perdida que, más de quince años después del levantamiento armado, todavía no distingue la dizque selva de la llamada Zona Norte y Los Altos de Chiapas. Desde una perspectiva informativa (política / periodística), es un error hablar de paramilitares como si el fenómeno fuera lo mismo allí que allá, sin hacer distinciones serias.

En febrero de 2005, durante la ofensiva militar del Mal Gobierno contra el EZLN, luego de la traición de Ernesto Zedillo al supuesto proceso de paz, una columna del ejército federal intentó pasar por La Realidad aprovechando que la mayoría de los hombres de la comunidad se había ido al monte; pero las mujeres, con la fuerza de su agrupamiento, sin más armas que la unidad y la unanimidad, lograron detener la pretendida incursión; los soldados amenazaron con darles "su buena chicotiza", pero no pudieron amedrentarlas; antes al contrario, ellas se mantuvieron firmes en medio del camino, acaso con más determinación y coraje ante las amenazas, empuñando palos que de nada les habrían servido contra las balas, hasta hacer retroceder a la columna de vehículos artillados y camiones de transporte de tropa, que terminó retirándose. Este episodio sentó un precedente y se reprodujo a escala cada vez mayor tanto en la Selva Lacandona como en Los Altos de Chiapas durante los años siguientes. La culminación de su espiral de valentía está registrada en los informes de observadores civiles, en crónicas periodísticas, fotos y videos, así como en la memoria de sus propios protagonistas, sobre todo tras la masacre de Acteal, pero en el episodio primigenio no hubo testigos presenciales; tres reporteros tuvieron el privilegio de conocerlo a través de un vívido testimonio que recogieron en La Realidad misma cuando acababa de suceder; uno era enviado de La Jornada y otro de El Financiero; el tercero era corresponsal de Voz Pública / Radio Educación en Chiapas y rubricaba sus notas con el nombre de Iván Rincón; los tres dimos a conocer lo sucedido por nuestros respectivos medios y en las páginas del semanario El Tiempo. Berta Hiriart hizo años después un sutil reclamo porque preferí aquella publicación local que no pagaba ni un peso al boletín de la agencia continental Fempress que pagaba 70 dólares por cada "reportaje" de tres cuartillas. Conchita Villafuerte bromeaba al respecto: "En El Tiempo no te pagamos las colaboraciones, pero tampoco te las cobramos". Con Berta Hiriart ganaba dinero; con Conchita Villafuerte ganaba prestigio. Corazón del tiempo, a su manera, reproduce un episodio similar al aquí narrado, acaso el mismo, pero con muy escasa concurrencia, quizá por limitaciones de recursos humanos o un intento de proyectar a David contra Goliat, aunque en miniatura ambos. El resultado es mínimamente convincente y parece que los realizadores pretendieran más bien contagiar su genuina simpatía por la dignidad indígena, exaltándola. En otras secuencias por el estilo, a las consignas que gritan los zapatistas les falta esa gran fuerza que tienen en la vida real: "¡Chiapas, Chiapas no es cuartel! ¡Fuera ejército de él!", o "¡Zapata vive! ¡La lucha sigue! ¡Zapata vive y vive! ¡La lucha sigue y sigue!"

Por lo demás, como la película carece de actuación, el público también simpatizante con el zapatismo y tolerante con la carencia actoral, puede imaginar que, en vez de ver una película, está leyendo un libro. La belleza de los diálogos está en los modos y modismos propios de la región, cuyos pobladores indígenas hacen una apropiación del castellano que lo transforma en un lenguaje muy otro. Hermann Bellinghausen es un acucioso receptor de este lenguaje y, a más de quince años de cubrir el movimiento zapatista, sobre todo entre la Selva Lacandona y Los Altos de Chiapas, vierte en el guión las palabras escuchadas y las convierte en universo, en unidad textual de poesía sin pretensiones. Por sus giros idiomáticos, más que dialectales, el lenguaje aquí no es propiamente indígena, sino campesino / latinoamericano, pues ni una sola palabra indígena escuchamos o leemos. Las canciones, por su parte, como parte de un todo más bien literario, resultan ingredientes melodiosos, ligeramente melosos, que lo hacen ligeramente sensiblero y cursi. En algún momento, las que tienen letras en español y un aire nativo ceden su lugar a cantos medio flamencos, desacierto inexplicable que no por serlo hace menos tolerable este esfuerzo excepcional, en cuyos créditos aparece gente que suele contaminar con sus nombres todo cuanto uno quiere rescatar de la basura apabullante y la agobiante miseria.

-¿Qué tanto miras el agua, niña?

-No lo miro el agua, veo lo que se mira en el agua.

Así es como hablan pues, así como lo hablan de por sí.

-Ah, 'ta bueno pues. Vos no tengás pena.

[] Iván Rincón 10.15 PM

Marisela Rodríguez en una escena de Corazón del tiempo Las cuatro jinetas del Apocalipsis. Foto: Subcomandante Insurgente Marcos. Selva Lacandona, Chiapas, 1996.

Agosto 17 de 2009

La cólera en los tiempos del amor

Mi cólera se nutre de vívidas imágenes, de ruidos y rudos sonidos que alteran los sentidos y saturan el aire; de gritos y llantos infantiles que irrumpen y rompen el silencio de la noche, lo despedazan; de llamas que enrojecen el negro manto de la madrugada, lo desgarran y desangran; de una oscura nube que asombra y ensombrece a la pálida luna y enturbia la mirada... Quisiera que mis palabras hablaran por miles de personas, millones inclusive, y decir que mi cólera prenderá miles de antorchas, millones inclusive, y éstas a su vez harán arder en llamas el recinto de la Suprema Corte de Inmundicia y Absoluciones a Genocidas y Pederastas, monumento a la impunidad y la corrupción, la ignominia y la abyección, así como el edificio de la Procuraduría General de que el Crimen Organizado sea Intocable, otro símbolo del poder como sinónimo de putrefacción y podredumbre, de violencia organizada como articulación indispensable para el sistema social en México, su régimen político y su desorden económico de asimetría y desigualdad que los ideólogos del capitalismo siguen llamando libertad.

Quisiera que mi cólera fuera el infierno para quienes pudieron hacer algo y no lo hicieron, para quienes tenían obligaciones morales y no las cumplieron, pero viven de la riqueza de este país gracias a la pobreza de su gente, pero son miserables parásitos y sanguijuelas, porque la gente aquí permite eso y más: el estado de excepción como regla general, la militarización de la vida pública y privada (atada, para colmo, a los hilos del Pentágono), la reducción de los derechos civiles y la ampliación del fuero de guerra, la cancelación de las garantías individuales y colectivas, la eliminación de los programas sociales, el IVA a los alimentos y las medicinas, la inflación y la carestía en general, la privatización de todo lo existente, la pérdida millonaria de empleos, la imposición de gobernantes y servidores "públicos" al servicio, más bien la servidumbre, del intereses privados, mandatarios bajo el mandato del dinero, a las órdenes de su dictadura, vía el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el poder fáctico delincuencial o criminal, como dice Lydia Cacho, tras el poder formal, la colusión de políticos y empresarios como prestanombres de los cárteles del tráfico de narcóticos, armas, pornografía y prostitución infantiles y órganos humanos, el comercio de influencias, enfermedades y muerte, las arbitrarias leyes del mercado trasnacional del hambre y la ignorancia... gracias a una sociedad agazapada por epidemias de miedo inducido, anestesiada por la televisión y aturdida por la euforia de los dos goles contra uno en el partido de futbol entre México y Estados Unidos, lo que significa el escalón de este país de cuarto mundo al campeonato mundial de Sudáfrica en septiembre, mes de la patria, de los festejos patrios, de la ebriedad patriotera y la exaltación del embrutecimiento de las masas no encefálicas, sino microcéfalas, de cabezas que no sirven más que para portar un sombrerote y comportarse como bestias, pues cabeza que no piensa, embiste... Mes de la apoteosis tequilera / cervecera y pirotécnica, de engentar el zócalo de cada ciudad y olvidar nuestras desgracias y tragedias, jubilosos de amnesia histórica, histérica, etílica, ruidosa, desbordados por la pequeñez masiva, la insignificancia tumultuosa, la mediocridad multitudinaria... Mes del grito: ¡Viva México, cabrones! Mi cólera se nutre también de todo eso y de la indolencia, la indiferencia y la pasividad, así como del protagonismo vedette que nunca desaprovecha la oportunidad de atraer la atención pública, pero repele a la gente participativa y solidaria desde el anonimato, la repliega en sus casas con la misma efectividad que la influenza.

Mi cólera se nutre de un rojo resplandor y, al imaginar el dolor de l@s niñ@s sobrevivientes al techo en llamas que les cayó encima y estuvieron cerca de que además les amputaran brazos y piernas, me hierve la sangre. Quisiera ver al pueblo enardecido como yo y que arda también todo símbolo de poder corrupto, corrompido, putrefacto, podrido... Pero quizás este discurso incendiario sirva para que sea yo quien termine en la cárcel por incitar al odio y hacer apología de la violencia, según la hipocresía leguleya del "estado de derecho" torcido y servil del vil dinero, cuando en realidad o en mi delirio iracundo, que no tiene bastante con escribir estas palabras, que no es posible saciar con parrafadas, la causa de la violencia revolucionaria, la que destruye lo viejo y anacrónico para construir en su lugar algo completamente nuevo, a la altura de nuestro tiempo, en el caso de México es la violencia impune porque viene de arriba, porque la cadena de impunidad, más que un lugar común, es un sistema, un círculo de complicidades y favores mutuos, una mafia cuyas lealtades son un valor opuesto a la solidaridad, estratégico en tanto es garantía de continuidad y existencia perpetua.

A dos meses del genocidio que ha tenido como principal saldo la muerte de 49 niñ@s menores de cuatro años (más de la mitad tenía menos de tres), los ministros de la pomposamente llamada Suprema Corte de Justicia de la Nación, que ganan cerca de 400 mil pesos mensuales y gozan de privilegios inconcebibles, dejaron en libertad a veinte perpetradores de la masacre de Acteal y dentro de unos días dejarán a otros treinta en plena libertad de volver a matar y ultrajar los cadáveres de mujeres embarazadas, penetrándolas con palos y cañones de armas largas, arrancando sus pechos a machetazos, descuartizando sus vientres para luego aventar los fetos de machete a machete, gritando y escupiendo carcajadas con los ojos inyectados y espuma en la boca, tal como hacían sus maestros kaibiles, discípulos a su vez de la benemérita Escuela de las Américas. Los asesinos materiales de Ernesto Zedillo y compañía quedarán, como sus jefes, en libertad absolutoria y absoluta de pasear su impunidad bajo la protección del ejército federal y todas las corporaciones de policía, incluida la mayor banda paramilitar de este país, que es la Policía Federal Preventiva, para seguir sembrando terror y causar el desplazamiento de miles de familias sin casas ni cosechas porque fueron quemadas y las mujeres son obligadas a trabajar para ellos, hacerles de comer y humillarse antes de morir a balazos por la espalda.

El Supremo Poder del Crimen Organizado se burla de México y el resto del mundo porque aquí todo es posible, todo con excepción de la justicia, a no ser por propia mano y nada más en mi delirante imaginación.

Quisiera que mis palabras hablaran por miles de personas, millones inclusive, pero algo me hace sentir cada vez más solo en esta cólera incendiaria, esta incontinencia de violencia verbal, manantial de incontenible desahogo que, valga la paradoja, contiene fuego. Afortunadamente no puedo hablar más que por mí, con mi odioso odio como único estímulo, pues el motor de las madres y los padres de l@s niñ@s calcinad@s en Hermosillo es el amor. Como en el caso de las madres y los padres de las mujeres asesinadas y/o desaparecidas en Ciudad Juárez y otras ciudades que padecen del mismo síndrome, y el de l@s familiares de l@s desaparecid@s polític@s en México durante la llamada "guerra sucia" de los años setenta, ochenta, noventa y actuales, el principal estímulo de la gente que reclama justicia por la tragedia en Hermosillo, así como por la de Chenalhó, es un profundo amor, algo que algunos aquí somos incapaces de sentir. El amor en estos casos, especialmente en el de l@s niñ@s calcinad@s, es un Ave Fénix que nace de las cenizas, y la frase romántica del Ché Guevara resulta menos cursi que válida en este contexto: "Un revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor".
¡Por amor hay que prender entonces una enorme hoguera revolucionaria!

[] Iván Rincón 10.39 PM

Agosto 9 de 2009

El privilegio de llamarse Nayeli Nesme

No siempre concurren la calidad artística y la calidad humana en el talento, pero Nayeli Nesme es un caso especialmente representativo de esta rara concurrencia. La compleja sencillez de su persona contrasta con la densa complejidad de su trabajo. Sumamente afectuosa y cálida en el trato cercano, tiende a ser inaccesible al cantar. Lo primero es simplemente inexplicable y cualquier intento caería en la especulación retórica y la digresión filosófica sobre la condición humana y la ilusión de la amistad; en lo segundo concurren a su vez factores de los cuales ubico tres: el primero coincide con Jaramar en la medida que la fusión de ritmos y sonidos musicales, así como de temas y sonidos textuales, hacen del conjunto algo inclasificable, imposible de etiquetar. También los géneros concurren aquí, desde el temperamento "ranchero" hasta la sensualidad del blues, gospel o soul en una misma canción, desde el ánimo etílico hasta la sobriedad "clásica" en todo un disco y en ese orden, para no pasar nunca por la resaca (por el contrario, uno gusta de este arte cuanto más lo escucha; no creo que nadie lo digiera con la primera probada). Y de allí el segundo factor: que la compositora es cada vez menos "comercial" y cada vez más "culta" en el sentido obvio de ambos términos. Entre el disco Ellos y su más reciente producción, El íntimo anónimo del ignoto amoroso, hay más de una década y una decantación evolutiva, tanto en el aspecto creador como en la voz. La diferencia es abismal. Personalmente, me parece que la voz de Nayeli, a pesar de la madurez, no está en su mejor momento; antes era mejor y será todavía mejor en el futuro próximo; lo mejor de lo mejor está por venir. Y este es el tercer factor que la hace tendencialmente inaccesible: además de ser preferible (al menos para mí) su canto fácil y hasta frívolo, con la natural ligereza del pop, a la medio soprano entre forzada y demasiado esforzada, la presentación de su nuevo disco en el Museo Nacional de Culturas Populares saturó el aire, atrapando al público defeño (más o menos aturdido y asimilado a la agresividad auditiva y olfativa), sobre todo al que se ubicó más lejos del escenario, con disonancias musicales por un lado y el ruido contaminante de un taller de carpintería por el otro, pues los trabajadores del lugar, desde el nivel más alto hasta el más bajo, ni por asomo tuvieron la genial idea de respetar el concierto de Nayeli, que tampoco se dio por enterada. Escucharla en el Museo de Culturas Populares de Coyoacán es como ver una película de Shohei Imamura o Roman Polanski en la Cineteca Nacional; por un lado el vil sabotaje carpinteril y por el otro disonancias a las que no es ajeno un defecto de la cantante: que siendo maestra de canto, no sea muy hábil en el arte de alejar y acercar el micrófono a su boca.

De allí tal vez que si algo sigue sonando en mi obsesiva memoria una semana después no sean precisamente sonidos, sino ideas o nociones semánticas; por ejemplo, la diferencia entre albada y alborada; se trata en ambos casos de un encuentro amoroso; el primero es clandestino, furtivo, frustrado porque los amantes deben separarse ante la proximidad del alba; el segundo, en cambio, es satisfactorio, pues el alba sorprende a la pareja unida sin prisa ni preocupación alguna, sin necesidad de separarse para mantener oculta su relación, en secreto su amorío. Esta clase de lecciones es lo que más me enriqueció de la presentación de El íntimo anónimo del ignoto amoroso, con el que Nayeli también presentó en sociedad como cantante a su hija Elena García Nesme, una muchacha guapa que participa en cuatro canciones, dos haciendo dueto y dos haciendo coros, con una bella y educada voz que mejorará con los años, según mis cálculos.

Nayeli Nesme o "te amo, brisa suave"

El nombre de Nayeli Nesme siempre me ha causado fascinación, inclusive desde antes de saber que tenía un significado, el cual investigué y averigüé, por lo que ahora me parece un privilegio múltiple. Nayeli es la castellanización de Nadxiiee' lii, que significa "te amo" en zapoteco del Istmo oaxaqueño o diidxazá, la "lengua nube" que hablan los descendientes de los antiguos binnizá, hombres y mujeres que bajaron de las nubes y poblaron aquella región de nuestro país cuya capital cultural tiene un nombre que paradójicamente proviene del náhuatl y no de su propio idioma; este nombre a su vez es la castellanización de Ixtacxochitlán, que se abrevió con el tiempo a Xochitlán y después a Juchitán con la colonización española y significa "lugar de las flores blancas". Nadxiiee' lii, como frase literal, es originalmente na-dxii-ee' lii = aspecto estativo amar-yo-tú, o sea, "eres-amad@-por mí tú". Como nombre de mujer, Nayeli entonces es una declaración femenina de amor. La palabra Nesme, por su parte, no tiene un equivalente preciso en español; en libanés, se refiere a una brisa más suave que la brisa en castellano.

Me reservo un comentario más amplio y puntual sobre los discos de Nayeli Nesme para cuando los haya escuchado más veces, pues, así como ella requiere de mucho tiempo y cuidadoso esfuerzo en su creación, es necesario dedicar mucho tiempo y atención a escucharla, para aprender a escucharla, especialmente en el caso de su trabajo más reciente, que tardó ocho años en dar a luz y del que hay por lo menos una canción grabada y publicada en internet desde hace algunos ayeres: Salomé, quizá la más representativa de su actual estilo interpretativo, que parece bostezar en los tonos graves y termina gritando.

Hay que dedicar el pensamiento y la sensibilidad, que es algo más que capacidad de percepción, a Nayeli Nesme, con la generosidad que ella dedica sus discos. El íntimo anónimo del ignoto amoroso: "Este es un encuentro de corazones, de amistad, de canciones, de largo tiempo en la relación con la música. Gracias por venir, Iván, es un placer saber que ahí estás haciendo eco. Nayeli Nesme". Ellos: "Iván: Estoy contenta siempre por compartir esto contigo. Nayeli". En ambos casos, aunque la caligrafía es prácticamente ilegible, parece impresa en el espacio dedicado a las dedicatorias. Gracias a ti, querida brisa.

[] Iván Rincón 9.02 PM

Agosto 4 de 2009

A principios de 2003, antes de organizar los conciertos maratónicos frente a la embajada gringa, abrimos una cuenta bancaria a nombre de Berta Hiriart y Valentín Rincón y la dimos a conocer públicamente con el fin explícito de recabar fondos para enviar «escudos humanos» a Irak, cuya embajada en México anunció pocos días después que no daría ni una visa más a ningún mexicano. Cada «escudo humano» costaría alrededor de 20 mil pesos y nosotros habíamos reunido apenas once mil, que terminamos gastando en el primer concierto con sus dos días de duración y para el que tampoco era suficiente dinero, así que tuvimos una pérdida de seis mil pesos, más lo que pagué a posteriori por la principal actividad en este sentido: hablar por teléfono. Con excepción de las llamadas telefónicas y las pérdidas, que asumimos entre mi papá y yo, nunca supimos quiénes aportaron el dinero y nos intrigaba especialmente que alguien había depositado siete mil pesos, alguien que se mantuvo en el anonimato. Por pura intuición, siempre sospeché que se trataba de Pablo Latapí Sarre.

Casi una década antes, recibí una llamada memorable; era él, que había entregado un texto mío sobre el espionaje gubernamental en Chiapas a raíz del levantamiento zapatista para que lo publicara la revista Proceso. "Muchas gracias", fue todo lo que se me ocurrió decir. "Lo hice con mucho cariño y con mucho gusto, Iván", agregó, y yo no atiné más que a repetir como retrasado mental: "Muchas gracias". Me había dejado literalmente sin palabras su generosidad y en particular que se tomara la molestia de hablarme por teléfono luego de este favor. El texto no se publicó porque no decía nada nuevo, pero tres años más tarde tuve una primicia que llamó poderosamente la atención de Pablo y su esposa, María Matilde, entre otros; tuve más de una, pero la que provocó mayor exaltación en una plática de sobremesa con Juan Latapí, hermano mayor de Pablo, y mi mamá, era que el ejército federal saqueaba maderas preciosas y piezas arqueológicas de la Selva Lacandona, hecho que di a conocer a través del programa Voz Pública y los noticieros de Radio Educación, así como en medios impresos locales. "¡Qué interesante!", exclamó doña Matilde. "El que no tiene consideración es tu hijo Pablo", le reclamó Pablo a su hermano Juan. "Dile que se ponga el segundo apellido para que no nos confundan".

Hace 22 años adopté a Pablo Latapí Sarre como primer asesor para el proyecto que después sería bautizado con el nombre de Ollinmecah (Unidos por el movimiento). Desde entonces, el afecto se quedó siempre a un paso de la amistad, un paso mínimo quizá, pero que nunca dimos durante los 22 años siguientes. Y anoche falleció. Consciente de que su cuerpo estaba invadido por el cáncer, de que tenía tumores malignos incurables, inoperables, y crecerían en poco tiempo hasta matarlo, antes de que la vida como tal dejara de serlo al volcar sus últimos días en agonía, Pablo hizo realidad un deseo que había tenido siempre: irse de vacaciones a Veracruz con María Matilde. Luego sobrevino el malestar físico y, en consecuencia, la depresión. Anoche falleció y hoy pésame la pésima noticia, aunque la esperaba y no tiene la carga sorpresiva que hace algo espantoso a la muerte; ante su proximidad, la vida cobra otro valor; la que se ha vivido en realidad es una y la que falta por vivir es otra, desde donde penden los sueños. Las dos vidas sucesivas de Pablo Latapí fueron una plétora de méritos profesionales y afectivos, lo que me hace posible asegurar que murió satisfecho por su realización y, al final, dio por vivido lo soñado. Vaya pues, casi mi amigo, mi casi amigo, hasta siempre.

[] Iván Rincón 5.15 PM

Julio 29 de 2009

Debo ofrecer disculpas y corregir: No es Hugo Hiriart la ignominiosa pluma al servicio de un eventual estado de sitio en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialmente en su Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), sino Pablo Hiriart, quien firma y afirma en La Razón, diario del que aparenta ser dueño, director y articulista, pero en los hechos funge como prestanombres de Carlos Salinas, la fantasiosa historia de que el auditorio Ché Guevara es usado como guarida por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército Popular Revolucionario (EPR), y relaciona con el narcomenudeo, desde una mirada no menos delirante o con bien calculada pero muy mala fe, a las organizaciones y los colectivos estudiantiles independientes, que promueven la autogestión al amparo de la autonomía universitaria.

El asesinato ocurrido el 2 de junio en las inmediaciones de Filosofía y Letras sirvió de pretexto a las "autoridades" para realizar un operativo policiaco dos días después que a su vez sirvió para medir la capacidad de respuesta por parte de trabajadores y estudiantes a un posible desalojo del auditorio Ché Guevara, en donde operan Radiokupa, Ruido de la Calle y varios colectivos, así como a la instauración de un estado de excepción también posible que abriría las puertas y ventanas de la UNAM a la pretendida guerra "contra" el crimen organizado, cuyo poder fáctico parece estar detrás del poder formal en todo el país, empezando por la presidencia de la República, usurpada, espuria, ilegítima, corrupta, que no resiste ni a la más mínima tentación totalitaria, pero es absolutamente incapaz de autolegitimarse haciendo algo que sirva de algo a los intereses públicos y fue reprobada en las recientes elecciones que pusieron a prueba su aceptación o rechazo popular.

Envalentonada por el sorprendente éxito de su experimento anterior, que acuarteló a la población entera en sus casas, la mafia que detenta el poder supremo en México y lo cede a las fuerzas armadas progresivamente, fracasó en cambio con su ensayo a escala en la FFyL de la UNAM, pues la respuesta de la asamblea en el auditorio Ché Guevara fue inmediata y suficiente para retirar al personal de vigilancia y demás cuerpos parapoliciacos, al cerrar el circuito universitario como protesta y medida de presión, lo que no descarta una eventual incursión del ejército federal con uniforme de policía gris, pues cualquier espacio de autonomía y autogobierno, por mínimo que sea, es un símbolo demasiado peligroso para el poder omnímodo que, a falta de legitimidad, recurre cada vez más a la fuerza pública. De ahí que también exista el riesgo de una incursión militar en los municipios autónomos.

Corregido lo cual, reitero (no retiro) lo dicho en el texto anterior, aunque quizá sea otro error llamar "amiga" a una persona que me ha negado su firma tres veces, me ha dejado plantado un par de veces más, otra vez fingió que no me había visto en un restaurante de Coyoacán y, finalmente, nunca me pagó por la última colaboración que tuve con la agencia Fempress antes de que ella entregara la corresponsalía. Quizá sea un error seguir pidiéndole firmas a gente "moderada" que permite el secuestro del país por una camarilla criminal y la continuación de la llamada "guerra sucia" hasta nuestros días.

Al recordar que Salinas de Gortari revivió al torturador Miguel Nassar Haro y creó una Dirección de Inteligencia expresamente para los represores estelares en el capítulo abierto de la "guerra sucia" (Arturo Acosta Chaparro, entre ellos), se me ocurrió una historia truculenta y maquiavélica, digamos, como las de Pablo Hiriart, pero desde el otro extremo. A ver qué les parece: María Teresa Jardí interpuso en 1988 una denuncia penal contra Miguel Nassar Haro, quien permanece impune pero eclipsado, mientras que ella terminó trabajando a su vez para la mismísima policía salinista. ¿Por qué no suponer entonces que Nassar Haro, Acosta Chaparro y demás perpetradores de los peores crímenes de estado, en vez de pasar al pasado, valga la redundancia, pasaron a la clandestinidad para seguir cometiendo los mismos crímenes en el presente? De ahí que el "gobierno" espurio se niegue a que esos criminales sean juzgados en el país o por instancias supranacionales, como la Corte Internacional o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y más bien, por el contrario, promueva reformas legales que restringen los derechos civiles y amplían algo que en los hechos es un fuero de guerra. ¿En qué gasta el poder ejecutivo federal su discrecional "partida secreta", valga otra vez la redundancia? ¿Alguien lo sabe? ¿Puede obligarlo a divulgar ese dato la Ley de Transparencia? ¿Hay información al respecto en el Archivo General de la Nación? ¿Por qué México sigue siendo el paraíso de la impunidad mientras en el resto de América Latina son identificados los cuerpos enterrados en fosas comunes clandestinas, así como a los secuestradores, torturadores y asesinos, a los traficantes de niños recién nacidos, a los autores intelectuales y materiales de crímenes contra la humanidad, como el genocidio y la desaparición forzada, y son sometidos a juicio y condenados en público? Dejo pues esta desvelada hipótesis a su criterio para que la mediten o den la espalda cómodamente a la realidad de cara a la televisión mientras los dueños del país por la fuerza nos dejan sin nada, ni siquiera en qué pensar.

[] Iván Rincón 2.21 AM

Actualización al 3 de agosto. Debo ofrecer disculpas y corregir de nuevo: No son las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP), como decía la corrección corregida, sino las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), las que tienen presencia en el auditorio Ché Guevara, junto con remanentes del Ejército Popular Revolucionario (EPR), y no es un delirio del salinista Pablo Hiriart esa presencia, sino una realidad, la neta sea dicha con todas sus letras. Pensé que era un error de mis fuentes referirse a las FARC y no a las FARP, estando en México, pero es ampliamente conocido el vínculo entre las FARC y sectores más o menos sectarios de la izquierda mexicana, específicamente universitaria. Quizá sea una hipérbole considerar al auditorio Ché Guevara como "guarida" de grupos guerrilleros, pero el hecho de que tengan presencia allí es precisamente eso: un hecho. Quizá sea esporádica esa presencia y quizá la pésima leche de Pablo Hiriart, que pretende justificar una eventual incursión militar en la UNAM, se haga acompañar de una ignorancia supina, al referirse al EPR, que dejó de existir como tal hace largo rato al escindirse en dos o tres grupos todavía más insignificantes, en consecuencia. Nada de esto hace menos salinista a Pablo Hiriart; el hecho de que este personaje sea prestanombres de Carlos Salinas es precisamente eso: un hecho, y es públicamente conocido a nivel mundial, salvo acaso por alguien que confunda a México con algún país árabe. La confirmación de presencia guerrillera en la Facultad de Filosofía y Letras y la existencia de narcomenudeo, no porque lo señale Pablo Hiriart, sino porque lo ha documentado la Agencia Proceso (Apro), hace altamente probable una incursión del ejército federal con uniforme de policía gris en la UNAM, así que más nos vale estar alertas.

En una de las incontables conferencias de prensa que dimos como Consejo Mexicano 500 Años de Resistencia en 1992 se apersonó un individuo de Sendero Luminoso pidiéndonos chance de tomar la palabra en presencia de los medios de comunicación. Por supuesto, lo mandamos olímpicamente al carajo. Así de anecdótica ha de ser la presencia guerrillera en el Auditorio Ché Guevara y quizás el gobierno mismo la genera, igual que el narcomenudeo, como pretexto para su próximo golpe militar. Que haya personas ajenas a la UNAM, que a veces cobren la entrada a los unamitas auténticos y que el lugar esté hecho un cochinero es otra cosa, muy otra.

[] Iván Rincón Espríu

Julio 24 de 2009

De secuestros a secuestros y del pesimismo a la amargura

He vuelto a las andadas, a mis rachas desgastantes de rencorosa memoria y frustración sin límites, a las obsesiones que me desvelan en vano y me desbordan, a tomar diariamente litros de té negro en vez de comer, a mi aspecto de vampiro en consecuencia con una horrible mancha roja en la frente, casi en medio de las cejas, y al ejercicio de media noche (contraindicado por los médicos) en Copilco y esporádicamente en General Anaya. A Copilco no regresaba desde que era mi rumbo cuando estudiaba inglés en el CUC dominico, después de usar las oficinas del Centro Vitoria como centro de operaciones telefónicas, y hacía ejercicio en el parque de enfrente hasta que ocurrió cerca de allí un secuestro express y la policía sospechó que yo era un "muro". Nunca supe a quién secuestraron, pero quizás era alguien "importante" porque llegaron diez patrullas o más nada más por mí, lo cual me hizo un "muro" gigante, como el que ha levantado Israel en territorio palestino. Terminaron ofreciéndome disculpas y explicándome qué es un "muro", pero sin que yo lo advirtiera inhibieron mi regreso al gimnasio de Copilco al aire libre durante casi quince años, porque además vendí el coche que tenía entonces y no he vuelto a comprar otro; ahora uso el de mi papá, que es mi vecino. Un "muro" (si acaso recuerdo bien el nombre y no lo estoy rebautizando) es la gente que se queda en donde tuvo lugar un delito, o relativamente cerca, para observar el movimiento policiaco y "dar parte" a los cómplices, informar in situ si hay moros en la costa o ya no. La hipérbole de aquella movilización en torno mío habla de la imbecilidad extrema que ha caracterizado siempre a la policía de este país. No es necesario ningún muro para detener a toda la policía en la investigación inmediata de un secuestro o el delito que sea; ella misma lo inventa, como los activistas paranoicos, enfermos de miedo y otras debilidades mentales, que inventan "orejas" de Gobernación y toda clase de espías entre ellos mismos. Esa hipérbole fue también el corolario del hostigamiento que padecí durante aquella época porque la policía veía con desconfianza que yo hiciera ejercicio a mitad de la noche y tuve que lidiar con su brutalidad hasta que ocurrió un colmo traumático, incidente que superó con mucho lo anecdótico. Uno de los agentes, evidentemente acomplejado por su estatura física y mental, observaba con envidia también evidente mis músculos pectorales (entonces inmensos, envidiables para los hombres y apetecibles para las mujeres, modestias aparte) y balbucía que si yo ignoraba qué es un "muro" no era periodista. Yo en cambio les decía: "El tiempo que me hacen perder lo pierden también ustedes; están dándoles tiempo a los secuestradores para escapar, llegar a su escondite, lograr su objetivo. Por eso nadie respeta a la policía de este país". En los hechos, yo también fui secuestrado esa noche durante una hora que aproveché con sardónica sutileza o sorna mordaz y táctica sicológica para humillar a mis secuestradores: "¿No les parece un poco exagerado juntar a diez patrullas alrededor de alguien que ni siquiera tiene relación con el delito que deberían perseguir?" Y terminé invirtiendo los papeles, pues uno de los patrulleros estaba notoriamente narcotizado; parecía que había mezclado marihuana y cocaína con alcohol, y me consta que la policía se narcotiza antes y después de sus operativos. "Usted está drogado", le dije; "a ver, sópleme". Siempre ha sido una vergüenza la policía de este país y siempre ha sido una vergüenza este país, que tiene la policía que merece y el "gobierno" que merece, tan abyecta y corrupta la una como sórdido y corrupto el otro. Antes consideraba reaccionario ese dicho; ahora me parece una simple neta... Ahora hay un puesto de policía en ese parque y yo hago ejercicio a la hora que sea sin despertar sospechas estúpidas, sin que me hostigue gente infrahumana y submental, a la que hago un favor llamando gente, salvo uno que otro fumador.

Tanto en General Anaya como en Copilco fui testigo reciente de una brigada nocturna que se dedicó a la destrucción de propaganda electoral, quizá de ciertos partidos o de todos; eso no lo sé, pero parecía coordinada con la policía, pues primero pasaban las patrullas y después la brigada antipropaganda en dos o tres vehículos, actuando con entera libertad, sin que reapareciera otra patrulla, quizá por coincidencia o casualidad; eso tampoco lo sé, pero creo que me dio gusto ver en acción a semejantes bándalos, aunque su rastro destructivo hacía todavía más absurdo el millonario gasto en propaganda electoral, doblemente contaminante, primero por la saturación visual y después por no ser biodegradable, hecho sumamente grave que hay que sumar a lo que pagamos todos en impuestos, inclusive quienes no votamos, que somos la mayoría, no solo en el padrón electoral, sino también entre los consumidores que pagamos el IVA en general. Además, la burocracia del IFE (Instituto del Fraude Electoral), que no se caracteriza precisamente por su talento ni por su honestidad, tiene sueldos ofensivos para los ochenta millones de mexicanos que sobrevivimos en la miseria. "Conozco a esos plebeyos / soy uno de ellos".

Ahora que regreso a Copilco después de casi quince años, he visto desde lejos al fraile dominico Miguel Concha Malo, que en realidad no es malo, sino bueno como el pan, pero dejó deformar su cuerpo hasta ser comparable con el de Cuasimodo. Yo menos que nadie debería hablar mal de este señor porque es una de las personas más nobles y respetables que he conocido en toda mi vida, tan accesible y generoso que aceptó ser colaborador del periódico 6 de Julio cuando se lo pedí hace casi veinte años, pero físicamente ha quedado para llorar y supongo que no está muy consciente de ese aspecto; si alguna vez se viera desde lejos se deprimiría, a menos que fuera indolente con su propia persona, lo que me parecería por demás paradójico, pues Miguel Concha es la única personalidad pública, para hablar de algo actual, que ha denunciado la criminalización de la protesta social y particularmente de las radios comunitarias, tanto como Aleida Calleja y Daniel Iván, que también son personalidades públicas, pero incipientes en comparación con este activo defensor de los derechos humanos de grupos vulnerables que, además de presidir el Centro Vitoria, es articulista de La Jornada, experto en derecho internacional. Si diez patrullas o más para mí solo fueron una hipérbole, también puede considerarse como tal la desproporcionada represión a una estación de radio libre llamada Tierra y Libertad que transmitía con un watt de potencia, represión calculadamente ejemplar en la que una persona, Héctor Camero, podría pisar la cárcel por la osadía de apropiarse del aire, hecho que sentaría un precedente nefasto. El ejército federal con uniforme de policía gris contra una señal de radio con un watt de potencia. ¡Qué vergüenza!

Al ver en acción a la brigada antielectoral recordé mis lejanas épocas electorales, antes de mi transición radical, cuando seguramente habría denunciado esta destrucción. En 1991 representé al PRT en el distrito XL del DF y tuve que defender una barda que nos correspondía por sorteo, pero el PRI pintaba su propaganda encima de las pintas del PRT, que no se cansaba de pintar una y otra vez encima de las pintas del PRI, hasta que los bándalos de este partido terminaron tirando la barda. Lo mismo ocurrió con Televerdad. En octubre de 1994, mientras la Convención Nacional Democrática viajaba en caravana rumbo a Chiapas, la policía desmanteló Televerdad y decomisó todo, incluyendo su antena de quince metros, por lo que Televerdad se levantó de nuevo con un equipo más modesto y una pequeña antena instalada en lo alto de un gran árbol. Entonces llegó la policía, desmanteló Televerdad (su precaria cabina de transmisión), decomisó la pequeña antena y taló el árbol.

El puesto de policía en el parque de Copilco hace impensable que yo esté allí drogándome o que sea un secuestrador, un asaltante o algo por el estilo, pero en las inmediaciones de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM fue asesinada una persona presuntamente por pleitos entre narcomenudistas que se disputan el campus universitario como terreno para sus operaciones de compraventa, versión que abonan las plumas al servicio del régimen fascistoide cada vez más apuntalado en todo el país, al agregar que el auditorio Ché Guevara es usado como guarida por células de guerrilla urbana. Hugo Hiriart, hermano de mi colega y amiga Berta Hiriart, es una de esas plumas ignominiosas, que también está al servicio de los Krauze, clan aliado con grupos editoriales que reciben dinero de la CIA y que podría recibir por su parte dinero del Mossad. Lo cierto es que ahora el asesinato en Filosofía y Letras (que, lejos de ser un semillero de grupos subversivos, es zona de yuppies izquierdistas, izquierdosos y advenedizos, entre pura gente política, ideológica y sexualmente ambigua) ha servido como pretexto para imponer allí un estado de excepción, un estado de sitio parapoliciaco. Rencoroso como soy, este hecho me recuerda que Berta Hiriart no quiso firmar una carta de protesta contra el asalto a la UNAM de hace una década por la Policía Federal Preventiva, una banda paramilitar formada por violadores sexuales de hombres y mujeres, violadores impunes de las garantías individuales y colectivas, así como de los más básicos y elementales derechos humanos. La "razón" de Berta Hiriart para no firmar esa carta era la relación que yo denunciaba entre la toma de la UNAM y las bandas paramilitares en Chiapas. Ahora no firma la carta que promuevo para que se vayan todos los secuestradores de la Cineteca Nacional porque los llamo secuestradores... Una vez coincidimos Hugo Hiriart y yo en la sala de su hermana mientras ella se bañaba. Yo había redactado una carta, para variar, que demandaba la desaparición de la Dirección de Inteligencia y el enjuiciamiento a Miguel Nassar Haro en 1988. Berta había suscrito aquella demanda, pero su hermano me contestó por teléfono que él nunca firmaba nada. "Es increíble que ni siquiera una carta contra alguien tan criminal como Nassar Haro quieras firmar", le decía yo con la mirada, que él evadía en la sala de una espléndida casa de Coyoacán, como si no tuviera un ápice de carácter. Durante más de media hora estuvimos sentados frente a frente sin decir palabra. En cambio, cuando le pedí al profesor Adolfo Gilly su adhesión, me comentó que él mismo había sido víctima de tortura por parte de Nassar Haro. Carlos Beas también lo fue, según me contó años después en Juchitán. Como titular de la antigua Dirección Federal de Seguridad, Nassar Haro lo había torturado con palmadas en la orejas, hecho que yo jamás habría imaginado.

En fin. Hay cosas que puedo perdonarles a mis enemigos, pero no a mis amigos. Vicente Marcial tampoco firma la carta contra el secuestro de la Cineteca Nacional porque, en vez de pedir que se "corrijan las anomalías", exijo que se vayan todos. Pedirles corrección a unos secuestradores sería como esperar que Felipe el espurio se comportara como un demócrata, le dije a Vicente Marcial, que ahora opta por un silencio cómplice, como el de Berta Hiriart. Rencoroso como soy, este hecho me recuerda que fui jefe de información del periódico local Tobi ne Tobi en Juchitán cuando un asesino llamado Víctor «Moro» murió durante un enfrentamiento a balazos con la policía municipal. Por supuesto, escribí un reportaje al respecto, pero el director formó un comité de censura estalinista integrado por Vicente Marcial (entonces director de la Casa de la Cultura) y otros dos personajes menores; él mismo se integró al comité dizque de redacción y tuvimos una acaloradísima discusión a puerta cerrada en la que terminaron mayoriteándome para que el periódico no tocara el tema de Víctor «Moro», censura cobarde y vergonzosa que ocasionó mi renuncia, renuncia que a su vez ocasionó la desaparición del periódico. Y mi reportaje se publicó de todos modos porque, para desgracia de los censores sin más "criterio" que el miedo, yo era también corresponsal de Motivos en el Istmo de Tehuantepec. Los juchitecos bromeaban con respecto a Tobi ne Tobi, cuyo nombre en diidxazá o zapoteco del Istmo oaxaqueño significa devolver cada golpe que uno recibe: "Ese periódico no se vende, pero qué tal el director..."

Al confirmar esta patética tibieza de mis amigos que no cambian, no crecen, no maduran, ni mucho menos se superan, sino por el contrario, en vez de corregir su cobardía, la reivindican años y lustros después, entiendo el secuestro de un país por el crimen organizado, así como el repunte del autoritarismo totalitario y fascista y el irresistible avance de la militarización y la descomposición de la vida pública y privada, y recuerdo, rencoroso como soy, una conferencia de prensa en la que Leopoldo de Gyves (Polín) y Carlos Beas, entre otros, denunciaban un proceso de "colombianización" en México, mientras el entonces naciente y siempre oscuro EPR vaticinaba en una entrevista clandestina el peligro de que las dictaduras militares volvieran del pasado en América Latina y se hicieran presentes en este país con la imposición de un presidente civil por el poder castrense. El vaticinio de aquel personaje clandestino resultó lamentablemente profético... Después de la conferencia de prensa en San Cristóbal de Las Casas le pregunté al "enviado permanente" de Excélsior en Chiapas si escribiría algo de lo que se había dicho y textualmente me contestó: "No se pueden hacer denuncias tan cabronas". Muchos años después, el público de habla hispana escuchó su voz dándole consejos por teléfono a Kamel Nacif en contra de Blanche Petrich.

El presidente impuesto por el poder castrense, que dice combatir al crimen organizado, con el cual comparte las guarderías del IMSS y la infraestructura del ISSSTE, desde la cabeza hasta los pies, entre otras cosas, ha dado un golpe de estado a escala, ahora en Michoacán, otro en Chihuahua y uno más en las Huastecas, mientras el ejército federal mexicano participa en maniobras conjuntas bajo el mando unipolar del Pentágono, hecho gravísimo que debería movilizar masivamente a la "sociedad civil" de todo el país. El secretario de Gobernación ha hecho explícita la voluntad política de que los peores crímenes pretéritos del estado sigan impunes porque tienen y seguirán teniendo continuidad; la llamada "guerra sucia" continúa (hay todavía ocho presos loxichas desde hace más de una década), pero a muy pocos nos produce asco la suciedad de esta guerra, porque resulta más cómodo ser cobarde y dar la espalda a la ofensiva que tener dignidad y defenderla; resulta más fácil encarar la televisión para evadir la realidad que es fea, mientras el país se despedaza inexorablemente, se deshace, con el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial, así como la policía y el ejército, al servicio del deshonor, la traición a la patria, la dictadura del dinero y el poder fáctico del crimen organizado.

Mientras tanto, he vuelto a las andadas, al ejercicio nocturno contraindicado, a beber diariamente litros de té negro en vez de comer, a mis rachas depresivas y deprimentes de rencorosa memoria y odio infinito (sobre todo a mis vecinos), rachas obsesivas y obsesionantes que me desvelan en vano y en las que solo puede salvarme de una recaída alcohólica la actividad física intensa, el desahogo violento; de tanto patear tubos de hierro en vez de personas de carne y hueso, tengo los pies amoratados; un hambre voraz me despierta de madrugada y me atraganto de chocolate, por lo que mi nivel de triglicéridos está a más del doble de lo normal y ya tengo de nuevo los seis kilos y medio que había perdido en Puerto Escondido y Zipolite; por primera vez, mi cintura y mi abdomen son más anchos que mis caderas y nalgas... Desgraciadamente, los tiempos no cambian, pero el cuerpo sí.

[] Iván Rincón 11.28 PM

Julio 16 de 2009

Para documentar mi pesimismo

Al saber que alrededor de 30 mil personas, según algunos cálculos, marcharon el sábado pasado en Hermosillo por la tragedia del 5 de junio y la ignominia que puso al descubierto esa tragedia, sentí una singular alegría. La sociedad por fin despierta y se moviliza, pensé, pero un contrapeso equilibró la balanza y me hizo ser más bien objetivo (en la objetividad no cabe alegría de ningún tipo, según su acepción periodística). Las sucesivas marchas de ahora en Hermosillo reeditan las de hace tres años en Oaxaca de Juárez, cuando parecía que los manifestantes estaban en camino de tirar al tirano cuya tiranía los había unido y sumaba otras fuerzas sociales a la suya, la del magisterio local inicialmente, médula ósea y columna vertebral de lo que poco después sería el cuerpo de la APPO. Esta vez no se trata de tumbar un gobernador que, por dormir como bebé ciego y sordo al multitudinario reclamo de justicia, terminó quemado mientras dormía, con la salvedad de que no sufrió una violencia física intensa y tan inmensa que desborda el cuerpo humano, sobre todo el de un bebé, ni quedó lacerado para siempre; las elecciones lo castigaron con la resurrección priista, que también es un castigo para la sociedad en su conjunto. ¿Hacia dónde caminan entonces alrededor de 30 mil personas unidas por el dolor de 77 bebés y siete adultos calcinados en vida? Por lo pronto, esta desgracia única en el mundo ha destapado una cloaca de podredumbre concentrada: el «Seguro Social» en México cede sus obligaciones al crimen organizado; mil 500 guarderías -así llamadas porque guardan a los bebés como a cualquier cosa- no son más que un negocio particular de las principales familias que usurpan el poder supremo en México y lo comparten con grandes capos del tráfico ilegal de narcóticos y armas, entre otras lacras, quienes lo usan a su vez para lavar dinero sucio. Vaya paradoja: los reaccionarios más ignorantes y los ignorantes más reaccionarios consideraban al IMSS como "socialista" hace años. Y no olvidemos que a la cabeza del ISSSTE se halla posicionado hoy un tal Miguel Ángel Yunes Linares, cuyos vínculos con el narcotráfico son públicamente conocidos, tanto como su pederastia (que nadie tenga los ovarios de Lydia Cacho para denunciarlo es otra cosa), y es aliado político de Elba Esther Gordillo, otro personaje sórdido en la cima del poder.

Ahora sabemos un poco más, nos indigna y colma de coraje, pero yo me pregunto si era necesario que murieran en llamas 48 niños menores de cuatro años (más de la mitad tenía menos de tres) y 29 quedaran con lesiones de por vida para que encaráramos el secuestro del país por una mafia sin alma, no digamos vergüenza ni sensibilidad, mucho menos honestidad, que es algo absolutamente ajeno a esta clase de gente, si acaso es gente, ni "vocación de servicio", "lealtad a la patria" y todas esas patrañas verborreicas de la demagogia que nos sermonea desde la escuela primaria.

En la vida real, México es un país de múltiples aberraciones gigantes, como esa que llaman «Seguro Social» y tiene de seguro y social lo que el espíritu de santo y la carabina de Ambrosio, un «Instituto Mexicano» que tiene de instituto lo mismo que un manicomio gringo y de mexicano lo mismo que la "cultura política" del nepotismo, el amiguismo, el influyentismo y un largísimo etcétera de PAN con lo mismo, además de la tranza, la corrupción, el trinquete, el cochupo, el chanchullo, la mordida, el chayote, el albazo, el madruguete, la maniobra vil, el chantaje, la extorsión, la negociación bajo "las heladas aguas del cálculo egoísta"... aberraciones gigantes, decía, como ese elefante blanco al que llaman hospital y tiene de hospitalario lo mismo que una cárcel, que sirve para amputar piernas y brazos a diestra y siniestra y su director parece más bien un barrotero de pacotilla, ladrón y embustero, y el llamado Congreso de la Unión no tiene los tamaños para mandar y demandar su renuncia, porque tampoco tiene dignidad, y la Ignominiosa Cohorte de Suprema Inmundicia (como la absolución a preciosos y pederastas) cobra los sueldos más altos del mundo por irse de vacaciones antes que atender sus obligaciones morales, porque ni siquiera sabe que tiene obligaciones morales.

En México la política es sinónimo de corrupción y, bromas aparte, puede ser magistrado de la República una persona que ignora si el Distrito Federal es un estado y si el robo de un recibo de teléfono es delito federal (me consta porque una hermana de mi papá llegó a tales alturas con tales ignorancias, pero con un sueldo de 113 mil pesos mensuales de aquel entonces, además de prestaciones y otras propinas, que después se triplicaron, junto con las percepciones de los consejeros electorales, que por ley son iguales). En México tienen lugar las elecciones más caras del mundo para que luego el ejército y la policía nos impongan como «presidente de la República» a un monigote del crimen organizado, un «Eliot Ness mexicano», según el humor negro de Obama (por supuesto, aquí los cárteles de la droga, las bandas paramilitares y los maltratantes de Ciudad Juárez son intocables). En México, único país del mundo con un monumento a la madre, nadie ha logrado que los autores de crímenes contra la humanidad, como el genocidio y la desaparición forzada, sean juzgados y condenados como en el resto de América Latina; el pueblo de este país ni siquiera lo ha intentado. En México, la llamada sociedad civil es pasiva y retraída por los protagonismos chapuceros que la repelen, y estos protagonismos ocurren porque ella es pasiva y retraída; se trata de una espiral en donde las causas y los efectos se invierten, son el reflejo infinito de un espejo frente a otro.

Tenían que morir asesinados 48 bebés por negligencia criminal con una violencia incendiaria y sobrevivir al infierno del techo en llamas que les cayó encima otros 29 con imborrables huellas físicas y mentales para que alrededor de 30 mil personas salieran a las calles de Hermosillo como lo hicieron hace tres años los maestros de Oaxaca y después el pueblo en general antes de que se impusiera el tirano usurpador en el estado a sangre y fuego con la descarada complicidad del tirano usurpador en el país. ¿Cambiarán las cosas ahora sí? ¿Por qué es necesario que haya mártires? Al parecer, así como la corrupción es costumbre y tradición en la "cultura política" mexicana y eje articulador de la existencia disfuncional del estado, el martirologio es la raíz de la protesta multitudinaria, la movilización masiva espontánea, la que se gesta y organiza con independencia y al margen del estado y sus anacrónicos partidos políticos... ¿Alguien no ha leído la novela Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos, inspirada en la historia real de un levantamiento indígena que dio inicio con el sacrificio de un niño crucificado por el siempre fanático pueblo de Chamula?

En conclusión, la disyuntiva entre la indolente pasividad de nuestra sociedad civil y un genocidio infantil que la sacuda y despierte del letargo para corregir algo de lo mucho que anda mal en este país de vergüenza, burla y vacilada, o quedarse frustrada en el intento después de abrigar ilusiones y esperanzas inútiles (no olvidemos la masacre de Acteal, otro crimen de estado ejemplarmente impune, cuyas víctimas lo fueron y siguen siendo en vano) es tan nefasta y lamentable como la confirmación de que Televisa, el futbol y la tragedia son los motores de cualquier movimiento masivo en México; esa también es una tragedia.

[] Iván Rincón 3.39 AM

Julio 4 de 2009

Crónica de una adopción simbólica

Ofelia Medina me colgó del cuello... Perdón. Va de nuez. Ofelia Medina hizo colgar de mi cuello, sobre mi pecho, un pequeño cartel con la foto de un niño. Debajo de la foto está el nombre del niño: Iván Israel Foz. Junto al retrato hay un globo que dice: "Tengo 2 años". A los lados hay tres estrellas de colores; hasta abajo, unos globos sin letras, también de colores, y un árbol de mandarinas. Tanto la ilustración como las letras son infantiles, al menos en apariencia. El niño sonríe dulcemente con rasgos orientales, al menos en apariencia.

En un gesto que probablemente pareció majadería me lo quité de encima. "Déjame verlo antes", dije. "Es uno de los niños quemados", comentó Ofelia. "Ya lo sé", contesté de modo que probablemente pareció otra majadería. Unas son apariencias y otros son pareceres.

Con ese cartel en el pecho caminé desde el IMSS hasta la representación del gobierno de Sonora en el Distrito Federal, donde los oradores se sucedieron con altavoces quizá sin enterarse de que no podía escucharlos más que la gente momentáneamente cercana. Me acuerpé tanto como fue posible, y una pareja mayor me preguntó si yo era el padre del niño cuyo retrato llevaba en el pecho. "Afortunadamente no", respondí sin pensarlo y entonces me invadió una profunda vergüenza.

Una niña de aproximadamente seis años comentó: "Ese niño duró muy poco, nomás tres años". Estaba viendo un cartel similar al mío que alguien había dejado en el altar de la protesta pública a las puertas de la casa del gobierno sonorense. En una extraña suerte de reflejo infantil, hice girar hacia mi cara la de Iván Israel. "Tengo 2 años", me dijo, y un escalofrío recorrió mi cuerpo de los pies a la cabeza.

Cuando la multitudinaria manifestación estaba por terminar, busqué a Ofelia Medina. "¿Te lo devuelvo?", le pregunté, quitándome el cartel de encima.

-¿Sí? -respondió, preguntando a su vez-. Bueno -se contestó ella misma, haciéndolo pender sobre su pecho-, porque el mío se lo llevó otra persona -y reaccionó con una especie de repetición invertida-. ¡No, mejor quédate con él, porque tú fuiste donador y tienes más derecho que yo!

Cerca de rebatir su evaluación, al sentir el cartel de nuevo en las manos, solo atiné a decir: "Gracias".

-Gracias a ti -contestó ella.

Un fotógrafo de Bucareli News había tenido serios problemas para tomarme una foto de frente, por lo que recurrió a la petición. "Yo no soy el padre", le dije. "¿Puedo tomarte una foto de todos modos?", insistió. "No, mano; mejor no". En seguida saludé a una conocida que me preguntó: "¿Es tu hijo?"

-No, es un santito que Ofelia Medina me colgó.

En el camino de regreso a donde ahora escribo estas tonterías traje el cartel en el pecho porque era la única forma de evitar su maltrato. Lo cuidé sin reparar en mi cuidado, su cuidado, como si fuera más bien una actitud aséptica del instinto. Después caí en la cuenta de que se trata de algo sagrado. Ahora lo veo y pienso que, debajo del globo con las palabras: "Tengo 2 años", podría decir: "y fui calcinado vivo junto con muchos otros niños por la negligencia criminal de la mafia que usurpa el poder en este país". Pero no dice eso porque a los dos años de edad nadie dice eso. A tan tiernas alturas de la vida, la mente está limpia de semejante coraje, semejante indignación.

Nunca se me ocurrió buscar a sus padres para decirles algo. Hasta ahora lo pienso. Quizá nunca se enteren de que adopté a su hijo, que reclamaré justicia tanto como ellos y no descansaré hasta saber encarcelados a los asesinos de 48 niños. Hasta ayer eran 48, pero hoy leí una manta que decía 49. ¿Ha muerto uno más? La suma de muertes es más bien una resta; el resultado de la operación es siempre un número negativo. Escribí esta reflexión matemático-necrófila el sábado pasado que la columna Desfiladero de Jaime Avilés hablaba de 47 "bebitos" muertos y yo actualizaba la cifra con un mensaje que no fue publicado, quizá porque lo envié demasiado tarde o porque alguien ejerció censura. Y ayer en la noche, cuando leí el pronunciamiento al respecto, que dice textualmente "pequeñas víctimas", me asaltó otra reflexión por el estilo: El tamaño de las víctimas es inversamente proporcional al de la tragedia; cuanto más pequeñas son ellas, más grande es ésta.

He buscado el nombre de Iván Israel en la lista de niños asesinados por la ignominia que hace negocios privados con los cargos públicos, esa que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas, que monopoliza el poder y democratiza el sufrimiento, que trafica influencias, influenzas y muerte... Afortunadamente, no encuentro su nombre aquí, pero veo que 25 de los 48 niños (más de la mitad) tenían menos de tres años, y en otros dos casos no se precisa la edad. Ojalá que no muera ni uno más, nunca jamás. Ojalá terminaran quemados los genocidas y los responsables de las desapariciones forzadas, los que atentan contra la humanidad, aunque fuera en sentido figurado, metafóricamente hablando. Ojalá que ardan en el infierno o los consuman las llamas en la cárcel, a donde no ha parado ni uno de los autores de los crímenes de estado que abundan en la historia de este país a la venta, más bien a remate por rematadores y requete asesinos, feminicidas, infanticidas, ecocidas...

Curiosamente, el retrato de Iván Israel que traje conmigo en el pecho, que tomé literalmente a pecho, llamó tanto la atención de adultos como de niños muy pequeños, incluida una bebé, en el camión y el metro. ¿Quién lo hubiera dicho? Ahora soy un segundo padre, uno simbólico, una especie de padrino telepático, a mucha honra, que lo asume en serio y piensa llevar hasta sus últimas consecuencias este hecho. ¡Qué caray!

[] Iván Rincón 8.24 PM